El otro día, leía un artículo acerca del montañismo moderno que ha surgido en estos tiempos en los que vivimos de capitalismo salvaje y desmedido. El artículo en cuestión es el siguiente, para quien lo quiera leer: https://www.lavozdeasturias.es/noticia/gijon/2019/12/16/capitalismo-convirtiendo-montanismo-correa-transmision-valores/00031576496741609534331.htm
En él, el autor, Pablo Batalla, promociona su libro “La Virtud de la Montaña” y pone de manifiesto la lacra que es la mentalidad que se nos ha inculcado por tierra mar y aire en nuestros días, cuyos únicos valores que se fomentan son los de que tienes que superar al prójimo en todo lo que puedas, hay que ser eficiente, rápido, competitivo y más términos que con sólo escucharlos me provocan un enorme rechazo.
En el artículo, el autor encaja todos estos términos, en el marco del montañismo. Y la verdad es que suscribo todo lo que dice en cuanto a la manera que hay en la actualidad de enfocar la naturaleza. Vaya por delante, para todos aquellos amantes y necesitados de etiquetas, que les chirríe lo de anticapitalista y mi crítica al capitalismo sin escrúpulos y carente de valores de hoy, que no por ello paso a ser comunista, antisistema ni nada parecido. Otros términos muy de moda en la actualidad para desacreditar sin argumentos sólidos.
Llevo muchos años saliendo al campo. En su gran mayoría sólo, o bien, acompañado por mi bien educado perro. Y con el paso de los años, va minando la moral ver según qué cosas en el campo. Desde basuras que los domingueros urbanitas vierten en cualquier lugar, pensando, debe ser, que ya llegaría el camión de la basura después, y si no, el que venga atrás que arree, pasando también por las tropelías, muchas veces legales que uno ve, o bien, y por lo que he escrito este artículo, la actitud de los cada vez más numerosos senderistas que se acercan a las montañas.
Y es que quién no se ha encontrado alguna vez, autobuses atestados de excursionistas, con abrigos de toda la gama cromática de colores chillones, desembarcar en un lugar, dispuestos a subir algún famoso pico con el bullicio inevitable que acompaña cuando se juntan decenas de personas. O también quién no ha visto esas mega carreras organizadas de cientos de personas corriendo por la naturaleza sin más interés que el de superar su marca personal y sin fijarse en nada que no sea su reloj en la inmensidad de las montañas.
Con un tipo así fue con quien me crucé hace ya algunos años. Coincidimos en un evento a raíz de un amigo en común. Rápidamente hablamos de montañas y naturaleza. Pensé, vaya, qué bien, siempre hay un justo en Sodoma. La conversación fue algo superficial, pero era algo normal, ya que había mas gente y no era lugar ni momento, pero no obstante, nos emplazamos a una ruta unos días más tarde para caminar por un famoso lugar de la concurrida sierra de Guadarrama como toma de contacto.
El día transcurría con normalidad y era una persona amable, educada y respetuosa, pero nada más lejos de la realidad. Y es que cuando le sacaba temas acerca de la flora y fauna y las riquezas naturales que albergaban las montañas por las que estábamos caminando, se le quedaba cara de circunstancia. No sabía de qué carajo le estaba hablando. Rápidamente me empezó a hablar de trails de montaña, tiempos a batir, pruebas, fotos para instagram, y cosas superficiales, que si bien no hay nada ilegal en ellas, estaría bien como mínimo conocer algo más acerca del decorado ese tan bonito en el que se hacen esas actividades para divertirse y hacerse la foto, e ir a algo más profundo que simplemente dejar una montaña bajo la suela de las botas. Quizás así, se sabría el verdadero impacto que tienen en el medio algunas actividades, y saber que nada es inocuo por muy buena que parezca la finalidad.
En definitiva, desde hace ya bastantes años, me refugio en mis caminatas, de la multitud y del gregarismo que mucha gente busca aun fuera de las ciudades, en los lugares y las montañas menos conocidas y frecuentadas, o al menos, que menos interés despiertan a según qué senderistas, que buscan la «aventura», al no tratarse de cotas altas ni las más llamativas, y que sin embargo, albergan tantos y tantos tesoros que se conservan gracias a su desconocimiento.